Otra gran influencia en mí fue El padrino,
una novela de género criminal escrita
por el escritor italoestadounidense Mario Puzo que publicó G.P. Putnam´s Sons
en 1969. Detalla la historia ficticia de una familia de la mafia siciliana asentada
en Nueva York, encabezada por Don Vito Corleone. Existe una adaptación
cinematográfica altamente conocida del mismo nombre, dirigida por Francis Ford
Coppola con Marlon Brando como el padrino, Al Pacino como Michael Corleone,
James Caan como Sonny Corleone, Robert Duvall como Tom Hagen y una larga lista
de partícipes que lograron una de las mejores cintas estadounidenses no sólo
acerca de la mafia y/o del género criminal sino de la cultura cinematográfica
general a nivel mundial.
Sin embargo, a pesar de que la
cinta es maravillosa y es de esas joyas del cine que no puede uno dejar de ver
y se repite una y otra vez cada vez que se le halla en la televisión, en esta
ocasión no hablaré de ella sino del libro; es más no hablaré mucho del libro
sino de unos aspectos en particular.
Para empezaré diré que Mario
Puzo no influyó en mí fuertemente, ni en sus personajes o en sus temas. Es más
debo ser honesto y diré que de Puzo sólo he leído El Padrino y aunque he intentado leerle La Mama, y El Siciliano,
por equis razón no he podido terminar ninguno de los dos libros—ya sea porque
me interrumpen y el trabajo me saca de la lectura, o porque me los han pedido
prestados o por cualquier otra razón—. Es claro decir que el tema de la
mafia—ya sea siciliana, china, rusa, japonesa o mexicana—no es algo que se
aborde en mis historias. No conozco nada de ese medio (salvo lo que he leído de
la cultura asiática donde conozco un poco de las triadas[1]
y de los Yakuzas[2]),
y no es un tema que me interese mucho abordar. No, lo que yo escribo inspirado
o influenciado por El padrino es su
estilo narrativo.
Al igual que Clifford D.
Simak, Mario Puzo escribe de una manera amena y ligera; tiene una gran agilidad
de expresión por lo que la lectura es, no sólo agradable, sino interesante y
fluida. El Padrino se puede leer de
una sentada, más de una vez. Incluso aunque se conozca la historia y se haya
leído unas tres veces, en El padrino
su narración es tan deliciosa que sin darse cuenta uno se puede quedar las
horas leyendo la vida criminal de la familia Corleone sin darse cuenta. Y
especialmente algo que gozo de la novela es la frase o párrafo final de cada
uno de sus capítulos. Puzo al final de los episodios no sólo expone una frase
que parece resumir lo que se ha visto sino que expresa lo que vendrá a
continuación de una amanera tan exquisita que atrapa al lector y lo obliga a
continuar la página, a devorar el siguiente capítulo para hallarse con una
frase final tan excelente que le exige una vez más a seguir leyendo. Es
precisamente ese estilo: esa existencia de frase contundente, original y
atrapante de Mario Puzo la que influyó en mi literatura.
No sólo se trata de escribir
amenamente, con una tema inteligente o interesante, sino atrapar al lector y
sepultarlo sin darle tiempo a escapar hasta que termine el libro.
No lo hago siempre, depende
de la historia, depende del género. Ese estilo lo utilizo más en las novelas
que en el cuento. No en todas, repito, pero sí busqué hacerlo en K. —una historia policiaca de género
criminalística cuya sinopsis es la siguiente: En la Praga de 1922 un asesino
serial aniquila catedráticos de ciencias exactas, por alguna razón extraña la
ley toma por sospechoso al escritor Franz Kafka, éste, siendo abogado, al darse
cuenta que será castigado sea o no culpable, junto con Milena Jesenská, decide
atrapar al asesino a través de pistas que no son otra cosa más que teorías
matemáticas.
Sólo el lector podrá decir
abiertamente si logré atraparlo en los finales de cada capítulo de la obra,
pero que dos o tres personas me hayan dicho que les encantó tanto que no
pudieron dejarla—incluso la leyeron en una sola noche—, bueno, siento que lo
logré. ¿Qué opinan?
[1] Tríadas es un término genérico para designar
a ciertas organizaciones criminales de origen chino que tienen su base en Hong
Kong, Taiwán y la China continental, así como ramificaciones entre sectores de
las diversas diásporas han.
Se dedican
al tráfico ilegal de personas, la falsificación de tarjetas de crédito, los
talleres clandestinos (generalmente del textil), la falsificación, venta y
distribución de todo tipo de productos, la prostitución, las clínicas ilegales,
muertes por encargo, etc. Blanquean en otros países los beneficios de la heroína
que introducen en Estados Unidos desde sus campos en Tailandia y Laos.
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