El ser humano necesita al diablo, a Mefistófeles, a Legión,
al más miserable ángel caído de la mano de Dios, porque hace que los demás
demonios parezcan más pequeños. Sino la vida sería plana y un fastidio. El sentido
de la vida es no aburrirse. Las cosas perfectas cansan, la belleza exacta es
insoportable, los errores le dan jugo a la vida, los labios chuecos de Gina Gershon,
el tercer pezón de Chandler, la locura de Hemingway. En la estructura del guión
se le llama “Punto medio” es cuando el protagonista está en la parte más alta
de su camino del héroe, cuando sus problemas se han resuelto, cuando obtiene
todo para triunfar. Romeo y Julieta se aman con pasión y viven su sueño; Phil,
Stu, Alan ganaron 80 mil dólares en las Vegas y están a punto de recuperar a
Doug; los Atléticos de
Oakland llevan el récord de 20 juegos ganados. Pero justo, en la parte más alta
todo cae, se necesita que caiga, que se derrumbe y los personajes caigan en la
miseria. El humano necesita la miseria. Necesita saber que la vida de los demás
es peor, que los demonios de los otros son más fuertes. Es imperativo. Se
ofrecen tours en la agencia de viaje a la India para que la gente de la clase
media o lata conozcan la pobreza extrema y vean que su vida no están asquerosa
como lo creían. es crucial que los chismes corran y nos enteremos de cómo algún
compañero de la secundaria terminó con atrapado en un matrimonio de odio, con
cuatro hijos, con un tumor cerebral mal operado que lo condenó a la cama por el
resto de sus vidas y no hay dinero para pagar el pañal para adultos que
necesita todos los días. Nos gusta leer que Lindsay Lohan sigue en las drogas,
entrando y saliendo de prisión. Que Dana Plato ofreció su cuerpo, hizo cosas
aberrantes, inmencionables por droga y aún así falleció por sobredosis; que
George Reeves nunca consiguió trabajo como actor después de Superman y terminó
en el suelo de su habitación con un balazo en la frente; que Elvis Presley
murió sentado en el retrate hinchado, gordo y atiborrado en n cantidades de narcóticos.
La muerte de las celebridades son lo máximo, se consumen con gracia, con placer
extremo y se degusta diariamente en la nota roja, porque es el significado de
la vida. Apasionarse de los demonios ajenos para volver invisibles los propios y
negarse a aceptar que estar sentados horas frente al Facebook, sin tener nada
que hacer, ni que nadie les hable por teléfono, masturbarse con pornografía en
línea y sin una cita amorosa ni posibilidades de éxito, no es tan malo como
parece. Hasta conseguir un millón “me gusta” y sentirse maravillosamente bien,
tan bien como un cojo que observa un cuadripléjico en una silla de ruedas.
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