martes, 12 de febrero de 2013

Los Seres perdidos de Dios (Un personaje)



Salvatore Dinardo. 8.


   Nació en la prisión de Planta Libre a mediados del siglo pasado. Su padre se cree fue uno de los guardias que violaron a su madre. Pasó parte de su niñez entre las manos de las reclusas hasta que su madre fue liberada y ejerció servicios en un burdel. Creció conociendo la compra y venta del sexo hasta la edad de 14 años cuando uno de los clientes lo atacó con una navaja y le cortó un testículo. Vivió en la calle después de eso perpetrando de gorra en los cines de la ciudad para pasar la noche. Asegura que veía hasta ocho películas diarias. Publicó la revista de cine La patología enferma en la prisión de Planta Libre donde consideraba estaban sus mejores amigas y a los 18 años convenció al alcailde de la prisión para profesar un curso de un año de apreciación cinematográfica en el penal. Al finalizar el tiempo y después de analizar innumerables cintas de todos los géneros y países, junto con sus excelentes alumnas escribió el libro La Traición de Tzutzutzutaro que resultó un éxito en Asia y se tomó como fuente de estudio para numerosas universidades y escuelas de cine. Con el capital obtenido fundó una casa productora en Planta Libre y por cinco años se dedicaron a realizar diversos cortometrajes, así como comerciales, documentales y video corporativos sin salir de la prisión.
Conoció a Maximiliano Azuela un día que recogió a su hermano menor de la secundaria donde tomaba una clase de piano: mientras esperaba con impaciencia y aburrido deambuló entre los salones para perder el tiempo hasta que en uno de ellos encontró un guión cinematográfico que le llamó la atención. Al ver el salón solo en la tarde-noche supuso que alguien lo había olvidado y motivado por la lectura se lo llevó a casa donde lo terminó de leer en unas pocas horas. Aceptó que nunca había estado tan maravillado por una lectura y al día siguiente se presentó en la escuela decidido a conocer al autor. 

Al principio y sin importar cuántos elogios recibiera por parte de Dinardo, el escritor Maximiliano Azuela, dueño y señor de la unión maravillosa de imágenes del guión, se mantenía renuente a hablar y unirse a Salvatore para ningún mínimo asunto.

Pero ante la necedad del joven y aumentando cada vez más los elogios ante la obra, finalmente se entendieron y decidieron trabajar juntos.

Adaptando la historia a las condiciones de la prisión en Planta Libre y los personajes a las mujeres de la misma —salvo por algunos personajes masculinos protagonizados por el alcaide y unos custodios—, filmaron La Saliva del Monte Cárpatos, resultando en una maravillosa y bella cinta como nunca se había visto.

Por varios meses y con la firme idea de triunfar Salvatore Dinardo, ayudado por el gobierno del estado de ****, se dedicó a distribuir la cinta, no sólo en el país, sino en el mundo entero. Sin embargo, poco sabía de los hombres importantes del medio cinematográfico y subestimando el debate de ellos y Maximiliano, Dinardo fracasó en su búsqueda y la cinta nunca se exhibió en ningún país lo que destruyó moral y físicamente a sus autores hundiéndolos en un olvido del cual nunca se repusieron.

El gobierno de **** ante el fiasco de la cinta y recibiendo infinidad de acoso por parte de la prensa por gastar dinero del gobierno en algo no de su incumbencia despidió al alcaide, custodios y demás hombres involucrados en el asunto; cerró cualquier labor artística en la Prisión, lo que terminó en la muerte moral de las internas y la desaparición definitiva de la casa productora Planta Libre; Maximiliano Azuela se dedicó al trago y se le tomó por el loco del pueblo hasta que acabó sus días abandonado en un manicomio. 

Dinardo, en cambio, avergonzando y con la culpa de un futuro incierto y sombrío de sus amigas de la prisión, de los hombres que confiaron en él y el desgaste emocional de Azuela, no pudo soportarlo y huyó de la ciudad perdiéndose en algún lugar recóndito del cual no se sabe su destino. Se dice que olvidó todo lo concerniente al cine y se negó a cualquier trabajo relacionado con el medio. Los que lo conocen aseguran que se rehúsa a ir a las salas y ver cualquier cine sin importar su perfección cinematográfica y es uno de los temas que lo montan en cólera al grado de reventar a golpes a alguien que trata de arrancarle una palabra sobre ello. Nunca transcurre más de tres meses en una misma población y sin importar cuántas veces se confiese en las iglesias de los pueblos que visita, no puede borrar la culpa de haber hundido la vida de varias personas y cuando los sacerdotes le preguntan por el paradero de la cinta se niega fervientemente a contestar o afirma simplemente que no sabe.

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