miércoles, 13 de junio de 2012

Lunes 16

     Se convenció a sí mismo que moriría un lunes 16 gracias a un mensaje de celular.
     Yo lo había conocido en un taller de dirección que había dado hacía un par de meses en Morelia, Michoacán. Aunque ya antes había ofrecido talleres relacionados al cine ese era el primero de dirección cinematográfica.
     Me habían llegado alumnos de varias edades, desde muy jóvenes hasta una señora de más de cincuenta años.
     Él era parte de los mayores, tendría ya unos 35 años. Era algo cambiante en cada clase, a veces tenía ganas de aprender y se esforzaba al máximo, y unas más no decía nada y se mantenía con una mirada taciturna las cuatro horas que duraba la clase. Era como si se sintiera un poco vacío por dentro.
     Yo trataba de mantener una relación distante, no todos quieren que los demás se involucren en sus problemas, y procuraba no decirle nada aunque a veces lo sombrío en su rostro era tan marcado que afectaba mi desempeño en la clase, aunque fuera sólo unos minutos.
     Un día se me acercó a hablar conmigo al terminar la clase. Dijo que tenía ganas de conversar con alguien pero en realidad no tenía muchas amistades. Yo trato de llevar buena relación con mis alumnos, con algunos he mantenido la amistad mucho tiempo después del taller, con otros se ha perdido por alguna razón y con otros hablo  de vez en cuando aunque sea comunicamos por la redes sociales. Así que acepté ir con él a tomar un café.
     Al principio creí que quería preguntarme algo relacionado a la clase o al medio cinematográfico en el país, pero al poco tiempo descubrí que quería hablarme de otra cosa que no tenía nada que ver con el taller. De hecho sólo quería hablar, eso es todo.
     Me di cuenta que no tenía muchos amigos, él era procedente de la ciudad de México y hacía poco tiempo que vivía en Morelia. Cuando le pregunté por qué se había mudado de casa contestó muy generalmente y cambió el tema.
     Continuamos platicando, primero de cine, luego de la región y el tema poco a poco se alejaba del taller y se enfocaba más en él. No era que yo lo encaminara a hablar de sí mismo, más bien las cervezas que bebían eran las culpables.
     Así fue que llegó al tema de lo que realmente quería decir:
     —La conocí en la universidad—me dijo cuando el alcohol lo hizo hablar de su profundo secreto—. En ese entonces comenzamos a andar juntos. Comíamos, platicábamos en los pasillos, nos la pasábamos en el patio, íbamos al cine, al museo, a todos lados y nos entendimos perfectamente. Antes de que hubiera algo entre nosotros todos nuestros amigos ya estaban convencidos de que éramos pareja.
     »—¿Y por qué no andan? —nos preguntó una amiga cuando le aclaramos que sólo éramos amigos. Pero ella, Clara, su nombres es Clara, volteó a ver y me hizo una seña que entendí perfectamente. Y esa misma noche comenzamos a andar.
     »Fue algo natural, ni yo lo forcé ni ella lo hizo. Simplemente en la noche nos hallamos besándonos en su casa y oficialmente ya éramos novios para el día siguiente.
     »El problema vino una semana después.
     »En sí no tenía nada que ver con nosotros. No había problemas en nuestra relación ni nada que nos afectara como pareja. El problema estaba en su propia familia: su padre era un alcohólico que gustaba de maltratar a su madre. Se perdía por varios días en las cantinas del centro y cuando aparecía de nuevo en casa llegaba lleno de ira y golpeaba a su esposa hasta casi matarla.
     »Varias veces acompañé a Clara en el hospital. Su madre siempre decía que se había caído por las escaleras o que había tenido un accidente en la calle, o un resbalón en el metro. Todos sabían la verdad incluso las enfermeras o los médicos pero su madre no se animaba a levantar una denuncia y no había nada que se podía hacer.
     »Clara tenía miedo todo el tiempo, ya no podía soportar mucho la situación y le preocupaba no sólo su madre, sino su hermana menor. Hasta ese momento su padre nunca las había golpeado pero cada día temían más que llegara esa situación y eso las angustiaba a tal grado de que su hermana sufría de estrés y miedo patológico que le originó bulbos purulentos en la piel, incluso comenzó a perder el pelo y le nacieron manchas de vitíligo.
     »No era extraño que a veces me la encontrara llorando en el pasillo, yo trataba de calmarla pero no se me ocurrían ideas y no sabía exactamente cómo. Yo sólo quería disfrutar del amor con ella ya que me encantaba estar a su lado, sus conversaciones siempre habían sido muy interesantes y su sonrisa era perfecta, pero desde que develó el problema en casa su presencia era gris. Cargaba con un halo de tristeza todo el tiempo. De ser una chica graciosa a quien le brillaban los ojos de dulzura pasó a ser una chica taciturna y apagada. No podía soportarlo y hacía todo lo posible por ayudarla, traerla de vuelta y hacerla olvidar todo.
     »Pero la violencia en casa aumentaba cada vez más, que me era imposible darle un pequeña muestra de felicidad.
     »Su madre ya prácticamente vivía en el hospital y Clara pasaba días sola en casa cuidando de su padre que llegaba a las 3 de la mañana, briago y lleno de coraje.
     »Entonces un día Clara llegó a la escuela con el labio partido, y la muñeca rota.
     »No dijo nada, sólo me miró y lo entendí perfectamente.
     »Tenía mucho miedo. Le dije que levantara una denuncia, sólo así podía librarse de él pero me dijo que tenía mucho miedo y no se atrevía.
     »Traté de tranquilizarla, la abracé y le dije que yo estaría con ella todo el tiempo y que si tenía miedo podíamos ir los dos y enfrentar a su padre si fuera necesario.
     »La convencí e incluso llegamos a ir a la delegación, pero justo antes de entrar se puso a temblar y no hubo manera de detener su temor y sin darme cuenta salió corriendo perdiéndose entre las calles para no volverla a ver. La busqué por todos lados, le grité y desesperado corrí tratando de hallarla pero no la encontré y pasé la siguiente semana asustado sin saber qué ocurría en su casa en ese momento.
     »Nadie me contestó el teléfono y durante una semana no supe absolutamente nada de ella.
     »Entonces una noche me marcó por teléfono a las 6 de la mañana.
     »—Necesito dinero—me dijo.
     »—¿Qué pasa? —le pregunté sorprendido.
     »—No preguntes—ordenó—. Sólo préstame dinero.
     »—¿Cuánto?
     »—Lo más que tengas.
     »—No tengo muchos ahorros, sólo tengo lo de la colegiatura y un poco más para unos libros del semestre.
     »—Préstamelos, por favor—dijo tan desesperada que no tuve más opción que hacerlo.
     »—No sé cuándo podré pagártelo—aseguró cuando le entregué el dinero un par de horas más tarde.
     »—¿Qué vas a hacer?
     »En realidad no explicó mucho pero luego me enteré que su madre había muerto, se le declaró accidente en el certificado médico pero ella estaba convencida que había sido su papá. No tenía forma de salir de esa, así que tomó el poco dinero que reunió y huyó de la ciudad.
     »No alcanzamos a hacer nada. Sólo nos despedimos con un abrazo y un beso y nos juramos amor eterno.
     »Luego desapareció.
     »Su padre la buscó durante mucho tiempo, siempre detrás de sus pasos pero no daba con ella fácilmente. Yo me comunicaba con Clara por correo electrónico y me contaba cómo era su vida viviendo en varios estados de la república hasta que un buen día le perdí el rastro.
     »Traté de contactarla pero no había manera, su correo electrónico había sido cambiado o cancelado. No tenía un correo postal fijo y no había manera de localizarla ya que todo su esfuerzo era precisamente para no ser hallada.
     »No soy hombre de religión pero prendí un par de velas por su futuro y con el tiempo dejé de buscarla.
     »Años después terminé la carrera y comencé a trabajar al poco tiempo. Puse un negocio, las cosas no salieron como esperaba y pasaron varios años.
     »Diez años después de que me despedí de ella, así, un día, sin más me la encontré de nuevo en la universidad cuando fui a verme con alguien que había sido mi maestro para lo de un trabajo.
     »Ella me saludó primero y recuerdo lo impactada que estaba cuando me vio pasar. Escuché su voz y enseguida volteé a verla.
     »—Clara—dije y nos abrazamos hasta que el instante se hizo eternidad y de ahí salimos a tomarnos un café y saber de nuestras vidas.
     »—Huí de mi padre—agregó—hasta que murió. Viví en varios lados de la república hasta que mi tía me dijo que había muerto de cirrosis y lo habían hallado tirado en la calle, cerca de una esquina del centro. Entonces regresé al distrito lo más rápido que pude y te busqué pero ya no supe de ti—dijo mientras me miraba—. Pregunté en la universidad sobre ti pero sólo tenían tu dirección vieja y no te hallé. Decidí terminar mi carrera y aquí estoy.
     »En realidad nunca había dejado de quererme y en todo este tiempo no había perdido las esperanzas de volverme a ver. Prácticamente esperó por ti todo este tiempo cuando yo creí que jamás la volvería a ver.
     »Entonces le dije que estaba casado desde hacía dos años y aunque en todo este tiempo no había dejado de quererla no podía engañar a mi esposa. No la amaba, pero sí la quería mucho y hacerle eso sería un castigo para ella por lo que nos despedimos como buenos amigos y tratamos de llevar una amistad lejana, sólo compartida por la red.
     Luego, bebió un trago de su cerveza y se quedó callado.
     Le vi el dolor en sus ojos, en realidad la amaba y le dolía haberla perdido.
     —Creí que no la volvería a ver—dijo una vez más y se hundió en su cerveza.
     No pudo soportar estar lejos de ella y al mismo tiempo tan cerca por lo que pidió su traslado a Morelia y desde entonces vivía ahí desde hacía un par de meses. Afirmaba que no se llevaba mal con su esposa, ella lo quería mucho pero ya no soportaba verla. No porque la odiara, sino porque cada momento le recordaba que el amor de su vida aún lo esperaba y se sentía imposibilitado de estar a su lado.
     Desde entonces caminaba con un halo de tristeza sobre su cabeza y no había forma de calmarlo.
     Yo le dije unas palabras de confort y en cierto modo le levanté el ánimo. Después le di un aventón a su casa y al paso de los días seguimos con el taller.
     Un mes después terminamos las clases, y me despedí de mis alumnos y ya no los volví a ver.
     Con el tiempo proseguí con mis cosas, mi literatura y mis proyectos, incluso debo confesar que dejé de pensar en él hasta que me lo topé en la calle de Izazaga en la ciudad de México, meses después y me saludó extrañamente: su halo de tristeza había cambiado, ya no era tristeza lo que portaba, era algo más.
     Su rostro era más curtido, su piel más arrugada y sus cabellos más encanecidos, era como si en seis meses hubiera envejecidos 7 años. Incluso su mirada lucía aterradora.
     Al principio no lo reconocí, él me saludó de inmediato pero yo revisaba sus ojos, su cara, su acento, todo para tratar de averiguar quién era y de dónde me conocía, pero era inútil, no lo conocí hasta que él se presentó:
     —No me reconoces, ¿verdad?—dijo.
     —Lo siento, pero no—afirmé y me sentí apenado por ello.
     —Soy tal—agregó y se presentó.
     No lo podía creer, era otra persona. Su rostro, su compostura, lo delgado de su cuerpo, todo su físico afirmaba que era otra persona, pero aún así dijo ser él y le creí.
     —¿Qué te pasó? —le pregunté mecánicamente sin fijarme en el protocolo o la indecencia de la pregunta.
     Subió los hombros y después de tomarnos un café en un restaurante del centro me contó todo.
     —Nos comunicábamos por el chat. Al principio tratamos de mantener la amistad y todas nuestras conversaciones giraban con respecto a eso, pero poco a poco comenzaron a surgir las mismas emociones que cuando estábamos en el colegio.
     »Se podría decir que nos volvimos a enamorar igual que hacía 10 años. Y el giro de las pláticas fue inevitable. Nos queríamos y no había manera de negarlo. Sin decidirlo nos escribíamos cartas de amor, nos decíamos piropos por el chat y al poco rato la plática ya tenía tintes más rojos con atrevimientos sexuales.
     »Todo empezó con una carta imaginaria donde dos personajes que se amaban pero que estaban separados por el tiempo y el espacio decidían juntarse y declararse físicamente su amor.  Incluso pensé en escribir un cortometraje sobre eso—dijo a manera de risa.
     »Y el deseo de estar juntos aumentó hasta niveles de desesperación.
     »No podía dejar de pensar en ella y ella no renunciaba a pensar en mí. Compartíamos fotos y sugerencias sexuales por la red hasta que un día, no pude resistirlo y la visité en la ciudad de México.
     »Mi intención era sólo verla. Sólo quería tocarle la mano y acariciar su rostro una última vez, ni siquiera me atrevía a besarla pero nunca había sido tan ingenuo.
     »Nos vimos cuatro veces. En ninguna hicimos nada, ni siquiera nos tocamos las manos. Pero en cuando no nos veíamos y nos escudábamos detrás de la computadora nuestras conversaciones se hacían cada vez más candentes y terminábamos haciendo cosas que nos unía  sexualmente hasta que nos vimos en su casa y decidimos hacerlo sólo una vez y regresar a nuestra vida habitual.
     »Sólo una vez sin que mi esposa se enterare, sin tratar de repetirlo y entregarnos a nuestros amor como estaba destinado a suceder desde que éramos novios en la universidad.
     »Y lo hicimos.
No quiso entrar en detalles y yo no lo pregunté, pero él afirmó que fue la primera y única vez en su vida que hizo el amor, todo lo anterior había sido un simple preludio, sexo animal o simplemente coitos. Pero con ella se había entregado completamente en un acto espiritual obsequiándose en cuerpo y alma.
     Y después se separaron.
     Él dejó la ciudad de México y regresó a su casa con su esposa. Siguió su vida normal, se escribía con Clara de vez en cuando pero ya sin mencionar el tema y tratando de continuar la amistad pero ya con algo más entre ellos.
     Todo iba bien hasta el momento en que su esposa encontró el historial del chat y se enteró de todo.
     No le reclamó nada, no se enojó con él, no le pidió el divorcio, ni le gritó, sólo se derrumbó emocionalmente y se sintió miserable.
Él, obviamente, se sintió culpable, trató de justificarse ante ella. De explicarle las razones, que sólo había sido una vez, que no quería dañarla y que de esa relación sólo quedaba una amistad profunda, así lo habían decidido y él así lo mantendría.
     Pero no hubo nada que la hiciera sentir mejor y se quedó callada.
     No le reclamó, ni dijo una palabra desde entonces. Absolutamente ninguna. Sólo se apagó sin más hasta que un buen día se murió.
     —Murió en la cama de manera natural—afirmó—. No se envenenó, ni se cortó las venas, o algo por el estilo. Sólo se dejó morir hasta que su cuerpo mismo reventó. Suicidio emocional—dijo y tocó su taza de café sin decidirse a beber un trago o prender un cigarro.
     »Encontré la carta una semana más tarde donde explicaba todo.
     »—No fue el acto de infidelidad lo que le había dolido—afirmó—fue el acto de amor lo que la dañó.
     Me miró a los ojos y me dijo: "yo amaba a Clara, siempre fue así. Y mi esposa al enterarse de ello se hundió ya que ella me amaba a mí, y a nadie más. Y el sentirse sin esa retroalimentación, por mucho que la apreciara e hiciera todo por ella, la devastaba por dentro hasta que se apagó su luz y no hubo forma de encenderla. Murió de tristeza y nada más.
     El luto le duró unos días, durante un tiempo no tuvo corazón para comunicarse con Clara, pero no tardó mucho para entrar en contacto con ella una vez más. Se escribieron cartas sobre el asunto y Clara la entendió. El tema giró alrededor de su esposa y ambos se sintieron culpables por lo que hicieron. Pero en realidad no había su culpa, sino de las circunstancias.
     —El verdadero culpable en realidad había sido el padre de Clara—afirmó—, sino hubiera sido por él Clara y yo nos hubiéramos casado, tenido hijos y nunca hubiera conocido a nadie más. Hubiera sido un perfecto final para mi vida y durante todo el tiempo que estuvimos juntos en el colegio creíamos que sería así.
     »La culpa fue quererla tanto desde un principio.
     »Nos repetimos eso una y otra vez tratando de minimizar el dolor y así, sin siquiera fijarnos me vi regresando a la ciudad de México para unirme a Clara ya que en sí no había barrera alguna para separarnos.
     »Nos quisimos durante unos par de meses hasta que Clara recibió el primer mensaje de texto: "Nos vemos hoy a las 5 pm", decía. Enviado el viernes 16 a las 12:00.
     »Pero ese día no era un viernes 16, ni siquiera eran las 12. Y el número de celular era el de mi esposa—afirmó y le temblaron los dedos por un momento antes de apagarlos aferrando la taza de café—. Contesté el mensaje preguntando quién lo había mandado, quizá era número equivocado pero no recibí respuesta. Incluso marqué pero no había servicio. "El número que marcó está fuera de servicio o apagado", dijo una voz grabada y tenía sentido. El celular de mi esposa estaba en el cajón, sin pila y sin haber sido cargado por varios días. Y aún así, cada semana, Clara recibía un mensaje del celular de ella siempre la misma frase: "nos vemos hoy a las 5 pm", y enviado siempre un viernes 16. Cada mensaje lo mismo, ningún cambio, ninguna señal. Repitiéndose una y otra vez, una y otra vez. Una y otra vez—comenzó a redundar aceleradamente al mismo tiempo que subía de tono. La gente en el establecimiento volteó a verlo y tuve que tranquilizarlo para que dejara de gritar.
     —Bebe—le dije y le acerqué la taza de café.
     Me miró por un momento, luego volteó a ver a la gente y susurró un lo siento. Dio un sorbo a su café y después lo soltó: "Clara murió tres semanas después", dijo. Yo fruncí el ceño.
     —En el acta de defunción se afirma que murió a las 5 pm por un ataque del corazón, el viernes 16 de diciembre del 2011—inquirió y se quedó callado—. Mi esposa y yo nos casamos un 16, y al día siguiente recibí un mensaje que decía: "nos vemos hoy a las 5 pm. Enviado un lunes 16 a las 11:00".
     »Estamos a 10, y el lunes que viene será 16 de enero del 2012.      Exactamente un mes después de la muerte de Clara. Viene por mí, Alejandro, viene por mí—dijo y comenzó a temblar. Le dije que era coincidencia, le inventé una serie de cosas y traté de calmarlo. Pero era obvio que se sentía así desde hace tiempo y ese miedo lo atormentaba tanto que en sólo un mes había adelgazado, encanecido y su rostro desfigurado. Había escuchado historias pero en realidad no lo había visto tan tangiblemente como en esa ocasión. El miedo era una emoción tan grande que podía destruir a un hombre en tan sólo unos días y extinguirlo como se apaga una vela con un soplido.
     No hubo manera de serenarlo, sólo se abatió y sin darme cuenta desapareció.
     Se había levantado de la silla y salido de la cafetería, no pude ir detrás de él por pagar la cuenta pero cuando salí y lo busqué en la calle, se había ido. No supe qué rumbó tomó y aunque le marqué a su celular no recibí respuesta. Le escribí correos, le posteé mensaje en su cuenta de redes sociales, pero nunca me contestó.
Jamás lo volví a ver y hasta hoy día tengo duda sobre qué ocurrió.
Una semana después se cumplió el lunes 16 de enero y pasaron las 5 de la tarde. Yo estaba en casa escribiendo un oficio para una institución cuando noté el reloj de la barra de herramientas en la computadora y noté que cambió de las 4:59 a las 5 justo en el momento en que posé mis ojos en él. No recibí llamada, nadie me comunicó nada y sus compañeros del taller de dirección no sabía que había pasado con él. No lo habían visto desde entonces y nunca contestó el teléfono.
     Quizá sólo cambió de correo, o perdió su celular y compró un número nuevo. Quizá algún día me lo halle por algún metro del centro o posiblemente no. Tengo duda sobre qué fue de él.      Curiosidad sobre si murió o no. Quizá sigue vivo, sólo asustado, tal vez fue casualidad o la simple culpa la que acabó con Clara, sea lo que sea la duda me carcome, y espero por este medio algún día saber de él. Invitarle un trago en alguna cafetería y escuchar atentamente su narración.
     —¿Aún eres de este mundo, o del otro? —le preguntaría y me aseguraría de que los demás presentes no me vieran hablando sólo con una silla vacía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario